La hipótesis de expectativas racionales ha representado un avance metodológico clave en el estudio de los problemas económicos en los cuales los agentes deben predecir variables desconocidas. Si bien la hipótesis de conformación de las expectativas no altera los efectos de largo plazo de la política monetaria, la asunción de expectativas adaptativas o racionales genera procesos de ajuste de corto plazo ante shocks monetarios notoriamente diferenciados.
El supuesto de expectativas racionales ha probado ser extremadamente poderoso en el pasado y ha constituido un marco útil para pensar acerca de los temas de credibilidad y diseño institucional. No obstante, la aplicación tradicional de los modelos de expectativas racionales supone también numerosas limitaciones que han sido señaladas por la investigación reciente en el tema, las que exploran varios caminos para mejorarlo.
Este trabajo pretende aportar evidencia sobre cómo se forman las expectativas inflacionarias y en qué medida la gente aprende de su experiencia. En otras palabras, sobre cuál es la relación entre los supuestos estándar de la teoría económica y la formación de las expectativas en la práctica.
En concreto, sobre la base de la aplicación de un conjunto de test estadísticos propuestos por Ash, Easaw, Heravi y Smyth (2001) se indaga sobre la racionalidad de los pronósticos de inflación de la Encuesta Selectiva de Expectativas que releva entre analistas e instituciones el Banco Central del Uruguay. La evidencia recogida permite concluir que dichas expectativas de inflación aparentan ser “débilmente racionales” cuando refieren a horizontes de mediano plazo, y que los analistas parecen no aprovechar en esos pronósticos toda la información disponible. Las expectativas inflacionarias a un mes si parecen adecuarse a lo que postula la teoría tradicional de expectativas racionales.